El
aumento progresivo de los trastornos de
comportamiento alimentario en mujeres adultas, es una realidad que nos enfrenta
a los profesionales, al abordaje de este desorden, de manera diferente al sufrido
durante la adolescencia.
Por
una lado podemos hablar de que el trastorno en muchos casos crónico, sigue
estando presente en mujeres de 40 o 50 años, que durante su juventud, ya
tuvieron episodios de anorexia y/o bulimia. Este puede cursar con fases más o
menos agudas, muy relacionados con cambios vitales importantes, pero donde se ha
mantenido una constante preocupación por mantener una imagen física concreta.
Cuando hablamos de un trastorno de conducta alimentaria, hablamos de un continuo, que abarca desde la anorexia más restrictiva, hasta la obesidad o sobrepeso, consecuencia de un trastorno por atracón, pasando por la bulimia, la ortorexía, la drunkorexia, ortorexia, vigorexia, y multitud de problemas asociados a la alimentación, y que causan en todos ellos gran malestar emocional, y una conducta disfuncional frente a la comida.
Cuando hablamos de un trastorno de conducta alimentaria, hablamos de un continuo, que abarca desde la anorexia más restrictiva, hasta la obesidad o sobrepeso, consecuencia de un trastorno por atracón, pasando por la bulimia, la ortorexía, la drunkorexia, ortorexia, vigorexia, y multitud de problemas asociados a la alimentación, y que causan en todos ellos gran malestar emocional, y una conducta disfuncional frente a la comida.
Pero
cuando los síntomas del trastorno en esta etapa, es de aparición
tardía, hablamos de un desorden que comparte síntomas con los de la juventud, pero que posee sus
propias características.
El
desencadenante suele ser una situación traumática o estresante, de ello se
deriva el aumento de casos después del parto, de una separación o del
"síndrome del nido vacío".
Todo
aquello que afecte a la estabilidad emocional de la mujer, puede producir una
incapacidad para utilizar los recursos propios, así como la necesidad de recurrir a conductas con las
que obtener una gratificación o estimulo.
En la época actual, encontrar en el aspecto
físico una fuente de recompensa, nos sitúa en el inicio del desorden, ya que la
reducción de peso, puede ser lo suficientemente atractiva, como para utilizarse
como única medida de objetivos cumplidos.
Sería la unica señal de que lo que hacemos, lo estamos haciendo bien.
La pérdida de kilos serviría como reforzador
positivo, perdiendo la noción de salud y de estética. Ya no estamos hablando
tanto de conseguir la delgadez, si no de la continua disminución de peso, como meta que
se va consiguiendo.
Otra
de las diferencias importantes, es que no es la influencia del ambiente lo que
puede derivar en este comportamiento como ocurre en la adolescencia, si no que
es la insatisfacción y vacío personal y la baja autoestima, lo que perpetua el
desorden alimentario. A su vez es un mecanismo que se retroalimenta, porque a
mayor frecuencia y gravedad de los síntomas, mayor percepción de pérdida de
control ( en muchos casos, se agrava con la adicción al alcohol y drogas o
psicofármacos y a los laxantes,
diuréticos y otras conductas evitativas).
El vómito por ejemplo, es utilizado como
canalizador de la ansiedad, produce un bienestar inmediato, seguido de un
devastador sentimiento de culpabilidad, que vuelve a generar ansiedad, y así un
circulo vicioso del que es difícil escapar.
Como
denominador común, destacamos la idea obsesiva y pánico a engordar, que afecta
a todas las personas con un trastorno de conducta alimentaria.
Muchas
veces, el placer de comer, llena huecos y vacíos, el HAMBRE EMOCIONAL, es una
de las causas de mayor fracaso, en todo tipo de dietas o regímenes.
Por
eso, el primer paso de todo tratamiento debe ir orientado a diferenciar el
hambre real, con las ganas de comer, como una manera de calmar, lo que de
manera consciente no nos atrevemos a identificar.
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